¿Permites que Jesús se disuelva en tu alma cuando
comulgas?
¿Permites que la llama
del amor de Jesús arda en ti, que queme lo infecundo y reluzca su
gracia?
¿Te conviertes en ese grano de sal que al sumergirse
en el mar se disuelve pasando a ser una sola cosa en el océano?
Al comulgar somos como granos de sal sumergidos en el
mar, allí nos disolvemos y ya no somos granos de sal, somos el mar, el océano.
Allí nos fundimos, nos diluimos, formando una sola masa de agua, un sólo
Cuerpo. Eso es la Eucaristía, “Milagro de Amor”. Esto nos lleva al abandono en
las manos de Dios, a dejarnos poseer por El para que tome el control y actúe en
nosotros.
Pidamos a Jesús cambie nuestro corazón de piedra en
corazón de carne. Si la piedra es arrojada en el mar, seguirá siendo piedra, no
se da la comunión plena, no se da la disolución, seguirá siendo piedra. Es como
el alma endurecida o entumecida por el pecado, que no se arrepiente de corazón,
por eso tiene corazón de piedra.
Dice en las Sagradas Escrituras: “Si al presentar la
ofrenda en el altar del Señor recuerdas que tienes algo contra algún hermano,
ve antes a pedir perdón, y tendrás paz en tu alma”, pues de lo contrario la
ofrenda tampoco de nada te servirá. Al igual, si vas a recibir a Jesús sin la
debida preparación y con tu alma sucia y llena de rencor hacia tu hermano,
¡pena de ti!, te estás comiendo tu propia condenación. No se da la comunión
plena, ni Jesús puede obrar en esa alma. Es como el agua y el aceite que aunque
los quieras unir, te darás cuenta que no lo vas a lograr porque el aceite se
separa del agua. Así sucede cuando recibimos a Cristo sin la debida
preparación, sin fe, sin esperanza, sin caridad. De esta forma no le damos oportunidad a Jesús
para que obre en el alma, porque su
corazón impúdico y empañado por el pecado no soporta tanta pureza, tanta
inmensidad de luz, de amor. Es el pecado que aparta el alma de la pureza de
Cristo, del Corazón Inmaculado de Cristo.
Cierto que ningunos somos perfectos, pero Jesús desea
nuestro sincero esfuerzo y arrepentimiento, y nuestra lucha constante para
salir de ese estado de lodo, de lastre y suciedad.
Jesús dio su vida por nosotros para rescatarnos del
pecado, luego, se quedó en la Eucaristía para que allí donde El esté estemos
también nosotros, además nos dijo: “Estaré con vosotros hasta el fin del
mundo”. Allí donde El está estaremos nosotros, allí en la Eucaristía estamos
con Jesús formando un solo cuerpo. La Eucaristía es un manantial y océano de
agua fresca que sacia nuestra sed.
Seamos conscientes, dejémonos abrazar por Jesús en la
Eucaristía, conozcamos este don maravilloso, el mayor y el mejor de todos los
dones. Seamos agradecidos, que no hay mayor consuelo para el Sagrado Corazón de
Jesús que sus hijos le agradezcamos y le amemos no sólo de palabras sino con
obras y en vedad.
¡Cuánto cambiaría nuestro mundo si aprendiéramos que
al comulgar a Cristo le recibimos también al hermano!
¡Cuánto cambiaría nuestra sociedad si fuésemos más
conscientes que somos hermanos en Cristo y que El habita en cada alma!
¡Cuánto cambiaría nuestro país si comprendiéramos lo
mucho que consolaríamos a Jesús Eucaristía, si viviéramos esta Sagrada
Celebración como la última de nuestra vida, con el mayor fervor y con la debida
preparación!
¡Cuánto cambiarían nuestras familias si recibiésemos a
Jesús más a menudo intercediendo uno por otros y viviendo con fe la comunión de
los santos!
¡Cuánto cambiaríamos cada uno de nosotros si mantuviésemos
una relación más estrecha con ese Dios que habita en nuestras almas!
¡Santo Espíritu Divino! Manda tu luz desde el cielo y
abre nuestra mente y corazón para que podamos cada día que pasa amarte más en
la Eucaristía, ser conscientes de tu presencia amorosa y real, y de la
presencia de cada alma que está en gracia de Dios. Y de esta forma
comulgándonos mutuamente podamos forjar una sociedad que te glorifique con sus
obras, siendo todos otras hostias vivientes.